Alumna: Mar Celeste Palacios Mar
Hacia una epistemología médica crítica:
"Del hábito, que sin arte, sin argumento, nos hace creer en las cosas..." Blas Pascal.
La práctica de una disciplina es estructurada a partir de varios conjuntos de saberes que organizados entre sí dan el sustento del desarrollo de la misma, a una serie de representaciones, a la construcción de un objeto de estudio, a un campo científico específico.
La tradición profesional, heredera del pensamiento cartesiano, de la escisión del sujeto del mundo, de la distinción rígida entre lo objetivo y lo subjetivo que funda la ciencia moderna. Una observación sin sujeto observador, un sujeto incapaz de ver que no ve, un relato social que hace posible el mito de la objetividad total, pura, incontaminada. Este conjunto algo heterogéneo pero articulado de supuestos aceptados sin discusión, este suelo sobre el que se sostienen los discursos disciplinares constituye, de acuerdo a Pierre Bourdieu, el campo de la doxa académica:
Los dispositivos clásicos de la ciencia permiten aportar la apariencia de necesidad lógica, es decir, de carácter puramente científico. Estos subterfugios metodológicos operan implícitamente en la generación de conocimiento y en la gestación de un universo discursivo autocentrado y a menudo impenetrable.
La lógica específica de ciertos campos implica una independencia respecto de otros dominios del saber determinando algún grado de incomunicabilidad entre ellos. La disposición endogámica intradisciplinar produce no pocas veces una ignorancia absoluta de lo que sucede extramuros y, lo que es peor aún, el desconocimiento de dicha ignorancia y de las condiciones histórico sociales que las hicieron posible.
Los orígenes de estas condiciones pueden rastrearse en los de la Modernidad misma que de acuerdo a Edgardo Lander pueden sintetizarse como:
“Adhesión pre-reflexiva a los presupuestos tácitos del campo que es la verdadera censura, la más radical, la más invisible, la que todos admiten, la que está fuera de discusión, lo natural”
Este particular modo de racionalidad que parecería más propio de las culturas no académicas se encuentra sin embargo instalado en la dinámica del campo disciplinar:
La tradición profesional, heredera del pensamiento cartesiano, de la escisión del sujeto del mundo, de la distinción rígida entre lo objetivo y lo subjetivo que funda la ciencia moderna. Una observación sin sujeto observador, un sujeto incapaz de ver que no ve, un relato social que hace posible el mito de la objetividad total, pura, incontaminada. Este conjunto algo heterogéneo pero articulado de supuestos aceptados sin discusión, este suelo sobre el que se sostienen los discursos disciplinares constituye, de acuerdo a Pierre Bourdieu, el campo de la doxa académica:
Los dispositivos clásicos de la ciencia permiten aportar la apariencia de necesidad lógica, es decir, de carácter puramente científico. Estos subterfugios metodológicos operan implícitamente en la generación de conocimiento y en la gestación de un universo discursivo autocentrado y a menudo impenetrable.
La lógica específica de ciertos campos implica una independencia respecto de otros dominios del saber determinando algún grado de incomunicabilidad entre ellos. La disposición endogámica intradisciplinar produce no pocas veces una ignorancia absoluta de lo que sucede extramuros y, lo que es peor aún, el desconocimiento de dicha ignorancia y de las condiciones histórico sociales que las hicieron posible.
Los orígenes de estas condiciones pueden rastrearse en los de la Modernidad misma que de acuerdo a Edgardo Lander pueden sintetizarse como:
“Adhesión pre-reflexiva a los presupuestos tácitos del campo que es la verdadera censura, la más radical, la más invisible, la que todos admiten, la que está fuera de discusión, lo natural”
Este particular modo de racionalidad que parecería más propio de las culturas no académicas se encuentra sin embargo instalado en la dinámica del campo disciplinar:
“Nada hay más dogmático paradójicamente que una doxa, conjunto de creencias fundamentales que ni siquiera necesitan afirmarse en forma de dogma explícito y conciente de sí mismo.” (Pierre Bourdieu).
I. Visión universal de la historia asociada a la idea de progreso.
II. Naturalización de las relaciones sociales como fruto de la “naturaleza humana” y por extensión al modelo liberal capitalista.
III. Ontologización de las múltiples separaciones sociales.
IV. Necesaria superioridad de los saberes propios (ciencia) respecto de los ajenos.
La Medicina se ha ido configurando históricamente sobre la base de cierta epistemología, metodología científica, representaciones del cuerpo biológico como su objeto específico de estudio y sobre el imaginario instituyente que los sujetos han elaborado en el seno de una determinada cultura sobre este.
Los significados así construidos acerca de la salud y la enfermedad dan coherencia a la observación y dotan de sentido a las prácticas profesionales. El discurso médico apela a un ideolecto a través del cual se obtiene la ilusión de suturar la ambigüedad inherente a la lengua y de este modo apropiarse de la enfermedad de manera inequívoca al tiempo que constituye y reafirma su propia identidad profesional. Estos marcos referenciales confieren una seguridad ontológica al corpus doctrinal de una disciplina que se supone ajena a las determinaciones históricas, sociales y subjetivas y contribuyen a aportar la ilusión de fiabilidad y de continuidad ascendente, progresiva e ilimitada de su propio saber. Esta creencia encuentra su sustento en una filosofía ingenuamente evolucionista que ubica a la ciencia oficial al final de esa evolución tal como señalaPierre Bourdieu.
Se hace así comprensible que la producción de saberes adquiera el carácter de contundente evidencia siempre que los procedimientos subyacentes en su construcción no resulten jamás convertidos en objeto de análisis o de cuestionamiento. Ese momento previo y a la vez oculto en que una disciplina elabora sus relaciones de conocimiento con la realidad y al mismo tiempo la define, allí donde el acto de nombrar no sólo designa sino que convoca a las cosas a un modo de ser ajustado a esa denominación, a ese silenciado proceso es que deberíamos destinar algún esfuerzo para hacerlo visible, nombrable, “evidente”.
Deberá admitirse entonces que el estatuto de “evidencia” de un conocimiento resulte tan contundente mientras no sean objeto de discusión sus propias metodologías de producción, (por cierto nada evidentes en el campo médico).
Edmond Jabés afirma: “...en el corazón de la evidencia está el vacío, el crisol del sentido que cada sociedad forja a su manera, evidente sólo para la mirada familiar que ella misma provoca. Lo que es evidente en una sociedad asombra a otra, o bien no se lo comprende”
Riesgos del reduccionismo crítico: el ejercicio de una observación crítica sobre el saber médico, sobre sus prácticas y representaciones no es posible desde posiciones que compartan las limitaciones de la visión fragmentaria y reduccionista de la realidad. No se trata de sustituir una mirada parcializada e incompleta por otra igualmente mutilada pero de sentido opuesto. La Medicina no puede vaciarse de contenidos biológicos que le resultan imprescindibles, no está en condiciones de restringirse al uso de herramientas de nuevo tipo para el tratamiento de la enfermedad y el alivio del padecimiento, no podría privarse de los aportes de la tecnología como instrumento de su accionar. No se trata de proscribir el uso de estrategias sino de expandir las posibilidades de su accionar hacia aspectos hasta ahora ni siquiera vislumbrados, de dotar de una nueva racionalidad a la utilización inteligente de los numerosos recursos de que dispone, de desplazar los fundamentos de su ejercicio de lo biológico a lo humano, de rescatarla de la autonomización de una tecnociencia impersonal y de su subordinación, investida de conocimiento científico, a los intereses del todopoderoso mercado y a la instrumentalización mercantilista de las personas.
El sólido nudo epistémico sobre el que la medicina sustenta su racionalidad, aquella visión simplificadora y parcial resulta por estos días un verdadero obstáculo epistemológico capaz de trivializar la complejidad del conocimiento incluso en el interior de su propio dispositivo de saberes. La biología molecular contemporánea, la genética y otros aspectos específicos han adquirido tal grado de complejidad conceptual que desde perspectivas simplificantes no se puede menos que apropiarse de aquellos saberes de un modo reduccionista despojándolos de toda su potencia creativa y condenando su implementación clínica a una vana repetición de lo mismo.
La confrontación crítica con el mundo médico reclama un realismo reflexivo capaz de preservarse cuidadosamente tanto del absolutismo epistémico como del irracionalismo más obtuso. La medicina no puede, no debe, transformarse en Psicoanálisis, o en Antropología, o en Sociología sino más bien ser capaz de mirarse productivamente en la imagen de sí que estas disciplinas le proponen y en consecuencia reflexionar críticamente sobre su propio estatuto.
Las miserias de los juegos de poder, de la búsqueda del prestigio y las prebendas económicas distribuidas por los mismos sectores que alientan su clausura no conducen al camino de la superación pero, no podemos menos que aceptar que dichas taras académicas también funcionan en disciplinas más propicias hacia el cuestionamiento y la amplitud de perspectivas. “La idea de una ciencia social neutra es una ficción interesada que permite considerar como científica una forma neutralizada y eficaz simbólicamente de la representación dominante del mundo social” Pierre Bourdieu.
I. Visión universal de la historia asociada a la idea de progreso.
II. Naturalización de las relaciones sociales como fruto de la “naturaleza humana” y por extensión al modelo liberal capitalista.
III. Ontologización de las múltiples separaciones sociales.
IV. Necesaria superioridad de los saberes propios (ciencia) respecto de los ajenos.
La Medicina se ha ido configurando históricamente sobre la base de cierta epistemología, metodología científica, representaciones del cuerpo biológico como su objeto específico de estudio y sobre el imaginario instituyente que los sujetos han elaborado en el seno de una determinada cultura sobre este.
Los significados así construidos acerca de la salud y la enfermedad dan coherencia a la observación y dotan de sentido a las prácticas profesionales. El discurso médico apela a un ideolecto a través del cual se obtiene la ilusión de suturar la ambigüedad inherente a la lengua y de este modo apropiarse de la enfermedad de manera inequívoca al tiempo que constituye y reafirma su propia identidad profesional. Estos marcos referenciales confieren una seguridad ontológica al corpus doctrinal de una disciplina que se supone ajena a las determinaciones históricas, sociales y subjetivas y contribuyen a aportar la ilusión de fiabilidad y de continuidad ascendente, progresiva e ilimitada de su propio saber. Esta creencia encuentra su sustento en una filosofía ingenuamente evolucionista que ubica a la ciencia oficial al final de esa evolución tal como señalaPierre Bourdieu.
Se hace así comprensible que la producción de saberes adquiera el carácter de contundente evidencia siempre que los procedimientos subyacentes en su construcción no resulten jamás convertidos en objeto de análisis o de cuestionamiento. Ese momento previo y a la vez oculto en que una disciplina elabora sus relaciones de conocimiento con la realidad y al mismo tiempo la define, allí donde el acto de nombrar no sólo designa sino que convoca a las cosas a un modo de ser ajustado a esa denominación, a ese silenciado proceso es que deberíamos destinar algún esfuerzo para hacerlo visible, nombrable, “evidente”.
Deberá admitirse entonces que el estatuto de “evidencia” de un conocimiento resulte tan contundente mientras no sean objeto de discusión sus propias metodologías de producción, (por cierto nada evidentes en el campo médico).
Edmond Jabés afirma: “...en el corazón de la evidencia está el vacío, el crisol del sentido que cada sociedad forja a su manera, evidente sólo para la mirada familiar que ella misma provoca. Lo que es evidente en una sociedad asombra a otra, o bien no se lo comprende”
Riesgos del reduccionismo crítico: el ejercicio de una observación crítica sobre el saber médico, sobre sus prácticas y representaciones no es posible desde posiciones que compartan las limitaciones de la visión fragmentaria y reduccionista de la realidad. No se trata de sustituir una mirada parcializada e incompleta por otra igualmente mutilada pero de sentido opuesto. La Medicina no puede vaciarse de contenidos biológicos que le resultan imprescindibles, no está en condiciones de restringirse al uso de herramientas de nuevo tipo para el tratamiento de la enfermedad y el alivio del padecimiento, no podría privarse de los aportes de la tecnología como instrumento de su accionar. No se trata de proscribir el uso de estrategias sino de expandir las posibilidades de su accionar hacia aspectos hasta ahora ni siquiera vislumbrados, de dotar de una nueva racionalidad a la utilización inteligente de los numerosos recursos de que dispone, de desplazar los fundamentos de su ejercicio de lo biológico a lo humano, de rescatarla de la autonomización de una tecnociencia impersonal y de su subordinación, investida de conocimiento científico, a los intereses del todopoderoso mercado y a la instrumentalización mercantilista de las personas.
El sólido nudo epistémico sobre el que la medicina sustenta su racionalidad, aquella visión simplificadora y parcial resulta por estos días un verdadero obstáculo epistemológico capaz de trivializar la complejidad del conocimiento incluso en el interior de su propio dispositivo de saberes. La biología molecular contemporánea, la genética y otros aspectos específicos han adquirido tal grado de complejidad conceptual que desde perspectivas simplificantes no se puede menos que apropiarse de aquellos saberes de un modo reduccionista despojándolos de toda su potencia creativa y condenando su implementación clínica a una vana repetición de lo mismo.
La confrontación crítica con el mundo médico reclama un realismo reflexivo capaz de preservarse cuidadosamente tanto del absolutismo epistémico como del irracionalismo más obtuso. La medicina no puede, no debe, transformarse en Psicoanálisis, o en Antropología, o en Sociología sino más bien ser capaz de mirarse productivamente en la imagen de sí que estas disciplinas le proponen y en consecuencia reflexionar críticamente sobre su propio estatuto.
Las miserias de los juegos de poder, de la búsqueda del prestigio y las prebendas económicas distribuidas por los mismos sectores que alientan su clausura no conducen al camino de la superación pero, no podemos menos que aceptar que dichas taras académicas también funcionan en disciplinas más propicias hacia el cuestionamiento y la amplitud de perspectivas. “La idea de una ciencia social neutra es una ficción interesada que permite considerar como científica una forma neutralizada y eficaz simbólicamente de la representación dominante del mundo social” Pierre Bourdieu.
Ver más: http://www.fac.org.ar/fec/foros/cardtran/gral/epistemologiacritica.htm
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